Cuento propio a partir de Casas
No aún
Llegué a la esquina de Talcahuano y Juncal a las doce y media de la noche. A esa hora ya no había mucho movimiento por el centro y la calle parecía estar un poco insegura. Tenía miedo de que me robaran por tener pinta de pibe de guita, sobre todo porque me había puesto una campera de cuero que le había afanado a mi hermano y mucho perfume; tanto, que se olía a cinco metros de distancia. Crucé de vereda, un tanto inquieto, esperando encontrar a alguien, como si no se hubiera podido ver bien de la cantidad de gente que había; pero en realidad solo estaba yo y algún auto que pasaba cada media hora. Iba a volver a cruzar, esta vez hacia la esquina que no había pisado aún, cuando veo salir de la oscuridad de Talcahuano a un tipo gordo y rubio que se me queda mirando. Lo miro inquieto sin saber si es él o no, y me dirige algo parecido a una sonrisa, mientras espera que yo me acerque. Entonces le devuelvo la mirada, nervioso, y mi voz quebradiza titubea: “Sos vos? ¿Miguel...?” Nuevamente asoma su rara sonrisa, asintiendo a mi pregunta y con la cabeza señala la calle Juncal, como invitándome a andar para ese lado.
Lo sigo y empezamos a caminar sin emitir palabra alguna. Me pongo a mirar para todos lados, intentando encontrar en algún lugar del oscuro paisaje una excusa para decir algo y romper el incómodo y perturbador silencio. Lo primero que se me ocurre, es preguntarle si ya había hecho muchas veces esa salida, aunque ya sabía la respuesta; Pachi me había pasado su contacto justamente porque la tenía clara por ir siempre. Me respondió que sí, esta vez con una sonrisa superada. Nos quedamos callados nuevamente mientras seguíamos avanzando por las calles del centro. Él parecía estar muy cómodo en aquel silencio y quietud, como si aquella soledad fuera parte de su hábitat natural.
Después de unos minutos, pasa su brazo por mi espalda y me da unos golpecitos. “Tranquilo loco, todo va a salir bien” me dice con la confianza que aún no teníamos. “Ya me contó Pachi de tu problemita de erección con las minas, pero vos confiá en mí que de acá salís bien macho, vas a salir renovado”. Le sonreí incómodo y me moví como para quitar su brazo de encima.
No podía creer que Pachi le había contado de mi tema, si yo le había repetido varias veces que eso debía quedar entre nosotros. No tenía porque darle ningún detalle a su amigo; y yo ni tendría que haberle contado a él, si ya sabía que siempre hablaba de más y decía sin filtro lo que se le cruzara por la cabeza; no había razón para que con este tema fuera distinto. Me sentí indefenso y miré para abajo encogiendome de hombros, y casi sin darme cuenta nos encontramos en la puerta del único lugar mínimamente iluminado de la calle que tenía un letrero que decía “Escuela para modelos” con luces de neón, aunque en realidad parecía que decía “Escuela par odelos” porque habían dos letras apagadas.
Miguel tocó el timbre y unos segundos después la puerta hizo un ruidito. Él la empujó y pasamos. Subimos unas escaleras empinadas y en el primer piso detrás de un mostrador se encontraba una señora con labios rojo fluo y pestañas de mentira que nos pedía el dinero para pasar.
Le dimos la plata y nos dejó entrar. Era un lugar oscuro, con varios reflectores apuntando al medio; donde había un pequeño escenario, y arriba de este se encontraban tres chicas semidesnudas de unos treinta años bailando en un caño al ritmo de alguna música que no recuerdo, pero que me aturdía. Alrededor habían mesas y sillones llenos de tipos, muchos bastante viejos, y alguno que otro más joven; como nosotros; tomando alcohol barato y fumando cigarrillos que invadían el ambiente de humo.
Seguí a Miguel hasta una mesita cerca del escenario que estaba vacía, “esta es mi mesa” me dijo orgulloso y nos sentamos. Se pidió un ron con coca y me copié de él sin pensarlo. Al primer vaso le siguió otro y después otro. Él miraba el espectáculo con plena atención, como si lo estuviera viendo por primera vez y no se quisiera perder ni un mínimo detalle. Sonreía baboso cada vez que las bailarinas hacían algún paso más sofisticado y era el primero (y tal vez el único) en aplaudir cuando terminaba una canción.
Mientras tanto yo intentaba mantener mi vista en el baile, esforzándome para que me gustara lo que veía, pero me costaba mucho, mis ojos no podían soportar estar un minuto seguido viendo aquella imagen. Entonces miraba al alrededor, miraba al piso, miraba al techo y miraba a mi vaso; que se vaciaba y se volvía a llenar. El show me generaba rechazo, y a medida que tomaba, contrariamente a soltarme y agradarme más lo que veía; como creía que me pasaría; me sentía más incómodo y mareado. No había pasado ni media hora y ya me quería volver, pero ya estaba ahí y a esa altura no había nada que pudiera hacer más que aguantar un rato más.
Al ratito, Miguel agarró a una de las pibas que andaba dando vueltas por las mesas y me la encajó, “esta es para vos” me dice mientras que ella escuchaba. Para ese momento yo ya me sentía mal; había tomado muy rápido y estaba un poco desorientado. No tenía ni fuerzas para negarme y quería evitar que le contara a Pachi que no había querido y me jodiera con el tema. Me saco de encima esto y después me voy a la mierda, pensé.
En la habitación me mojé la cara y me senté en la cama mirando al piso esperando sentirme mejor y deseando que esa mujer desapareciera. A mi costado se sentó ella, apoyó su mano sobre mi pierna y lentamente la subió hasta el botón de mi pantalón. Lo desabrochó, bajó el cierre y acto seguido me la empezó a chupar. Ni me dio tiempo a reaccionar. Me puse nervioso y de repente me empezó a faltar el aire, mi corazón latía muy rápido y yo quería correrla, pero mi cuerpo no reaccionaba. Mi cabeza empezó a moverse alterada y no la podía controlar, y un segundo después de gritar “¡Basta!”, vomité sobre su pelo. Inmediatamente me pegó una cachetada, me dijo que era un hijo de puta y un asqueroso y salió rápido de la habitación.
Volví a vomitar, pero esta vez llegué a ir al inodoro. Me lavé la cara, tomé agua de la canilla y salí del cuarto. Algo perdido caminé hacia donde se escuchaba la música y en el camino apareció Miguel, que estaba yendo a una habitación con una chica. Me miró desconcertado y se quejó: “¿Eh, tan rápido? ¿Qué pasó che?” y sin pensarlo lo agarré del brazo y muy alterado le dije que nos teníamos que ir ya. No le gustaron un carajo mis palabras, pero se ve que le di algo de pena porque terminó accediendo.
Bajamos las escaleras empinadas y salimos a la calle. Él me dijo que yo estaba hecho mierda y que si quería que se repitiera la salida tendría que cuidarme más con el alcohol la próxima porque le había cagado su noche.
Luego me sugirió ir a un bar un rato, antes de volvernos. Pero yo no estaba con mucho ánimo, y lo que más deseaba en ese momento era llegar a mi casa, ponerme Queen a todo volumen y llorar abrazado a mi almohada. Así que le dije que me sentía mal, que mejor la dejáramos para la próxima; como si fuera a haber próxima.
Caminamos nuevamente por las calles oscuras, en dirección a la avenida para tomarnos cada uno su bondi. Miguel se puso a cantar alguna balada romántica, cual borracho ahogando su mal de amores en alcohol, atrayendo así la atención de los casi inexistentes transeúntes. Por un lado me dio un poco de vergüenza ajena, pero por otro lado, me relajó un poco escucharlo, porque me sacaba del silencio de la noche y de los pensamientos que daban vueltas a toda velocidad en mi cabeza; sin yo tener que decir ninguna palabra.
Después de unas cuadras doblamos en una avenida y mientras esperábamos a que cambiara la luz del semáforo, vi una silueta que estaba a unos metros detrás nuestro; esconderse repentinamente detrás de un auto. Me alteré un poco y traté de apurar el paso, aunque Miguel no me seguía; estaba perdido en el ritmo de su canto.
En las dos cuadras siguientes volví a ver a la silueta; que aparecía y luego se escondía; como dos veces más y ya me empecé a asustar. Estaba un poco ebrio, es verdad, pero estoy seguro de lo que vi; esa sombra nos seguía a nosotros. Esa sombra me seguía a mí, como si hubiera sabido todo lo que me había pasado esa noche. Esa sombra era un secreto mío que me perseguía, y yo no estaba listo para que nos encontraramos, por lo menos no aún.
Pasamos por una galería abierta y le di un golpecito en la espalda a Miguel para que entraramos. Caminamos unos pasos y el ambiente se colmó de un griterío que venía de una puertecita en el medio de la galería. Entramos solo para escabullirnos entre la gente unos minutos, hasta que la silueta nos perdiera de vista y luego pudiéramos seguir nuestro rumbo. Al parecer entramos a un lugar de apuesta de caballos, y Miguel no tardó ni cinco minutos en gastarse toda la plata que le quedaba en un caballo que salió en último puesto, “es que me daba lástima el caballito, nadie le ponía ni dos mangos, pero yo confiaba en él. Confié y me defraudó”, me dijo entre risas y sollozos de borracho. “Ya está, no tengo mas platita, y mi caballo me cagó, y eso que yo confié en él. Igual ya fue, estoy acostumbrado a perder siempre, así que vamos.” Supuse que ya había pasado tiempo suficiente y que la silueta seguramente habría desaparecido, así que salimos de ese antro. Miguel me dio la mano con fuerza, me hizo una palmada en la espalda y salió de la galería por donde habíamos entrado para ir a su parada de colectivo. En cambio, yo decidí cruzar para el otro lado de la galería porque mi parada estaba para ese lado.
Cuando ya estaba llegando a la calle, escuché que salía música de Queen de un local y con una sonrisa me acerqué a espiar por el vidrio semi polarizado. Adentro se veían solo varones, que bailaban extasiados al ritmo de la música y muchos se besaban. Sentí un escalofrío recorrer mi cuerpo. De repente me di cuenta que la silueta que me había perseguido, aquel fantasma en el medio de la oscuridad, tal vez, indirectamente me había estado guiando a aquella galería. Finalmente me hallaba cara a cara con mi secreto más profundo, que nunca había querido ver.
Con las ventanas semi polarizadas solo se puede ver lo que hay adentro si uno se acerca mucho a éstas. Pero también, se puede mirar desde más lejos y simplemente ver un reflejo de lo que hay afuera. Yo siempre me había visto desde lejos, había estado viviendo en ese reflejo del afuera, metido en una apariencia que no me pertenecía. Nunca me había permitido acercarme y ver a través de ese vidrio que polarizaba lo que había en mi interior. Por primera vez sentí la posibilidad de atravesar ese umbral.
Impulsivamente apoyé mi mano sobre la manija, dispuesto a abrir la puerta y vacilé unos instantes, eternos, en los que mi corazón se detuvo y el mundo se frenó. Estaba a punto de girar la manija, cuando escuche un bocinazo proveniente del 106 y solté la puerta con cierto alivio; como si hubiese estado esperando aquella señal que me detuviera. Corrí a frenar al colectivo.
El 106 tardaba mucho en llegar a esas horas de la madrugada y no podía dejarlo ir. Había tenido suerte de que llegara rápido. O al menos eso quise creer.
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