Una simple compradora - Cuento propio
Aclaración: el relato oral no quedaba bien para hacerlo desde tres perspectivas distintas, entonces inventé otra historia para la consigna.
Carmen
Hace tres meses que la señora Claudia no viene. La verdad es que tampoco era tan buena clienta, cada vez que me llamaba me preguntaba todos los precios, nunca se los acordaba y encima se terminaba quejando de que todo era muy caro. Si, obvio que son altos los precios, si vive en Belgrano tiene que saber que es así, aparte que venía acá porque sabe que tengo la mejor calidad del barrio.
Muchas veces cuando venía traía plata de menos y después me la quería dejar debiendo, cosa que yo no permito que haga ningún cliente porque después se terminan haciendo los vivos y nunca pagan. Lo que terminaba pasando es que Claudia cada vez me daba un discurso diciéndome que estaba mal que no confiara en ella.
La última vez que la vi fui a su casa porque ella creía que si venía hasta acá ( a menos de una cuadra) se podía contagiar de coronavirus, porque claro, la señora se tiene que cuidar, no sea cosa que una cheta se enferme.
Después de salir de su casa me llamó para decir que le había cobrado algo que no le había dado. Sonaba muy raro, yo nunca olvido nada y soy muy prolija. Le pedí que viniera con la boleta de pago que le había dado, pero no la encontraba. Entonces lógicamente le dije que no le podría dar lo que faltaba, pero luego me insistió tanto que terminé cediendo solo para no perderla como clienta. Pero después de ese episodio no vino nunca más. Encima que le di algo que no pagó, se hizo la ofendida y dejó de ser clienta, increíble.
Gladys
Hace unos meses la cantidad de clientes que tenía aumentó notablemente. Como la gente no sale por la pandemia, que yo vaya a sus casas les viene muy bien; así que lejos de trabajar menos por el contexto, estoy haciéndolo mucho más.
Mi impaciencia y atolondramiento que ya masomenos tenía controlados y había aprendido a manejar; en esta circunstancia me están jugando muy en contra de vuelta. Mi negocio crece tan rápido que ni me llego a acomodar y dejar las cosas un poco mas firmes, mas establecidas. Entonces siempre se me desordena todo y confundo a algunos clientes con otros, o cobro de más sin querer.
El problema es que después los clientes vienen a reclamar. Son todos iguales, hablan en un tono medio amenazante, o superado, remarcándome que me equivoqué. Lo que me quieren decir en realidad es que si no los recompenso bien, no me van a pedir más. Pero una vez que me está yendo tan bien en lo que hago, no quiero dejar ir a nadie y mas si es por un mínimo error. Entonces siempre conviene remediar las equivocaciones con algún regalito o descuento y a fin de cuentas termino sacándola mas barata.
Con esta táctica vengo safando, pero hay una clienta nueva, Claudia, que me está costando más trabajo que los demás. Cada vez que me equivoco me manda muchos mensajes ofendida, indignada y hasta podría decir que triste. Parece que para ella no es un simple tema de dinero que se soluciona con dinero (mediante descuentos, promos o regalos), en realidad pareciera como si le hiriera que yo me confunda. Siempre que me llegan sus mensajes me río porque es tan raro todo su discurso que ya ni se si me lo dice de verdad o en chiste.Entonces a Claudia le tengo que mandar audios justificándome, haciéndome la pobrecita, y suplicándole perdón. No tengo idea por que le gusta que le haga todo ese acting, pero bueno, mientras siga siendo clienta está todo bien, yo le sigo el juego.
Claudia
Tuve una larga relación con Carmen, la señora de la esquina de casa. Yo la quise por mucho tiempo, el inicio se remonta al 2005 aproximadamente, son muchos años de verla todas las semanas. Me gustaba mucho que ella estuviera tan cerca, eso hacía que nos viéramos de forma muy frecuente y casual.
Pero poco a poco nuestra relación se empezó a desgastar. Algo que nunca me gustó es que era muy desconfiada con el dinero. Cada tanto iba con menos de lo que gastaba sin querer y le decía que otro día pasaría a devolverle lo faltante, a lo que respondía gruñendo.
La última vez que la vi vino a casa y cuando se fue la llamé para decirle que no me había dado todo lo que había pedido pero que igual había pagado. Ella afirmó que sí me lo había dado, dijo que se acordaba muy bien y era muy prolija con su trabajo. Entonces le insistí, para hacerme escuchar por una vez, no pueden pasarme por alto siempre, así como si nada. Se ve que finalmente se dio cuenta de su error y terminó volviendo y me lo dio, pero de mala gana.
Años enteros había estado pasando por alto sus actitudes desagradables hacia mi, pero las cosas tienen un límite, yo ya no podía soportar eso; en toda relación tiene que haber cierta responsabilidad afectiva. Esa última situación en la que desconfió de mí, una vez más, fue la gota que rebalsó el vaso. Después de tantas idas y vueltas, tuve la valentía y por una vez me animé, aunque no fue fácil, a ponerle fin a nuestro vínculo.
Después de eso conocí a otra mujer que suplió a Carmen; Gladys. La encontré por la recomendación de una amiga y rápidamente me pareció una buena opción por sus buenos precios y porque iba a domicilio siempre.
El problema surgió al segundo mes cuando empezó a equivocarse, a dar y cobrar cosas que no pedía, a cometer errores con el dinero. Es muy desorganizada y poco atenta a mis pedidos. Claramente la nuestra es una relación asimétrica, en la que yo doy más de lo que recibo, en la que me adapto a sus tiempos y no le pongo los suficientes límites. Eso me pasa por ser empática y ponerme en el lugar del otro y siempre perdonar todo.
Cuando me quejaba, me ofrecía recompensarme con descuentos o regalándome cosas. De ese modo yo volvía a confiar en ella. Al principio fue fácil perdonarla porque me daba cuenta que estaba arrepentida y sabía que no lo hacía adrede, pero con el tiempo se empezó a volver insoportable para mí. Ella cada vez se disculpa más y me manda más regalos, pero ya no es suficiente eso, Gladys tiene que hacer un cambio real en sus acciones.
Al final pareciera que me engancho en relaciones en las que yo creo que soy la principal pero para ellas no, para ellas soy una simple compradora más, soy un número, soy una cantidad de plata, soy una conveniencia. ¿Por qué siempre soy yo la que se adapta a las conveniencias y los tiempos del otro? ¿En realidad cuando voy a comprar busco un producto o busco atención? ¿Acaso siempre me engancho con personas que no demuestran interés para reafirmarme a mí misma que no valgo nada? ¿Yo sola me pongo en ese lugar de no valer nada?
Comments
Post a Comment