Cuento cinco objetos

Doce de junio


El doce de junio por la tarde Carola, que había estado estudiando todo el dia, salió al parque de enfrente de su casa a tomar un poco de aire. Se acostó en el pasto para recibir los últimos rayos de sol que quedaban de aquella fría tarde y sin darse cuenta se quedó dormida.

Al despertarse el cielo ya estaba oscuro y su cuerpo; muy frío. Se sintió extraña, un poco mareada, era la sensación de desorientación que generan las siestas. Por un momento le costó entender dónde estaba y no tenía idea cuánto tiempo había pasado. Miró rápidamente su reloj con estampa de cubos que marcaba las siete de la tarde. Por unos segundos se quedó mirándolo extrañada, todavía medio confundida; no recordaba haberse puesto aquel reloj. Luego reaccionó y se levantó de un salto. Debía apresurarse para prepararse para ir a la fiesta de cumpleaños de su amiga Abril.

Después de ir a la fiesta, se volvió a dormir a la casa de Martín para no volver sola tan tarde a su casa. Carola sabía que Martín gustaba de ella; sin embargo ella lo consideraba su mejor amigo y ya se había encargado de aclararle bastantes veces los términos de su relación. Pero Martín nunca perdía la expectativa de que en algún momento ella lo mirara de otra manera.

Estaban muy cansados y se fueron a dormir poco después de llegar. Apenas se acostó en la cama de invitados, Carola se durmió. En cambio Martín tardó un poco más. Miró a la historieta en su mesita de luz dispuesto a leerla y luego la miró a Carola dormida y suspiró. Se preguntó, una vez más, por qué ella no gustaba de él.

Martín tenía la fama de chamuyero, “Piba que le gusta, piba que tiene” decían sus amigos sobre él y Martín sonreía superado. Tenía ese “don” de siempre decir lo que las mujeres querían escuchar, también las manipulaba emocionalmente para que quisieran estar con él. Así lograba estar con tantas como podía y cada semana iba sumando a su contador la cantidad de chicas con las que había estado y luego corría a presumirlo con todos sus amigos.

Finalmente decidió que no leería la historieta y apagó su velador. En la oscuridad buscó con su mano a Carola, ubicada en la cama contigua y le acarició el brazo con suavidad. Ella permaneció inmovil. Después acarició sus rulos, ya seguro de que estaba profundamente dormida. Siguió por la espalda, luego por la panza. Primero le tocó el ombligo y acto seguido su mano subió un poco más. Ya en el torso sus manos buscaron sus senos. Primero los investigó con las puntas de los dedos y pocos segundos después su mano entera tomó confianza. Acto seguido la otra mano imitó a la primera. Por último cerró los ojos y se quedó dormido.

Carola, contrariamente a él, era muy tímida y tenía pocos amigos. Ella nunca había dado un beso porque era muy vergonzosa y no se animaba a hablarle a los chicos que le gustaban. No salía mucho y siempre estaba estudiando o con sus amigas del club. Tenía el don de dormirse muy rápido en cualquier lugar y por la mañana se despertaba muy temprano. Aquella mañana no fue la excepción. A las nueve se despertó y se sintió extraña, sentía algo raro. Medio dormida todavía adivinó que sería su vejiga reclamando que fuera a orinar. Así que un tanto confusa abrió los ojos y repentinamente entendió que esa incomodidad no venía de su vejiga. Tenía dos manos en sus pechos. “¿Qué haces?” gritó confundida y desesperada al mismo tiempo. Martín se despertó de golpe y corrió sus manos. “Nada, no exageres” le respondió y se dio vuelta para seguir durmiendo.

Carola no sabia que hacer, no se lo ocurría como debía reaccionar ante aquella situación. Se sintió una tonta, no podía creer lo que había pasado y con la indiferencia que había reaccionado él. Se acordó de sus amigas diciendole repetidas veces que tuviera cuidado con Martín, que se alejara de él porque era capaz de hacer cualquier cosa con tal de que ella le diera bola; pero ella no les había dado importancia.

Tomó fuerzas y se puso la campera y las zapatillas. Cuando iba a agarrar su bolso, vio que al lado estaba la mochila negra de Martin con el pañuelo verde del aborto legal colgado hacia adelante. Carola recordó sus palabras “Re garpa usar el pañuelo, así me levanto a todas las minas”. Que hipócrita, pensó. Se sintió enojada consigo misma por haber confiado en él incluso sabiendo lo machista que podía ser a veces. Arrancó el pañuelo de su mochila y salió de la casa cerrando la puerta de un portazo. En la calle se largó a llorar y el pañuelo verde limpió sus lágrimas. Por un momento sintió que éste la protegía.

Pasó un poco más de un mes y Carola no había vuelto a ver a Martín, dejó de ir al club, evitaba todos los lugares a donde él iba y tampoco veía mucho a sus amigas ya que le avergonzaba tener que contarles lo que le había sucedido. No solo sentía que su mejor amigo la había traicionado, sino que; y esto es lo que peor la ponía; sentía que se había traicionado a sí misma por confiar en él. La angustia la mantuvo encerrada mucho tiempo en su casa y en sus lágrimas. Estaba muy mal, se sentía sola y no sabia a quien acudir.

Hasta que un día, buscando algún libro para leer, encontró “La chica del cumpleaños” y recordó las palabras de su tía al regalarselo unos meses antes “Este es un libro especial. Vos tenes que leerlo todo y en tu cumple de quince yo te voy a llevar a un lugar donde te cumplen un deseo, como pasa en el libro. Pero ojo, pensalo bien que es solo uno. Al final del libro hay unas instrucciones, leelas bien”. Hizo una pequeña sonrisa de ilusión, de repente este deseo se convirtió en una promesa, en una vía de escape a su angustia; de hecho, la única quizá ¿Y si podía volver el tiempo atrás y borrar todo lo que había pasado con Martín? De repente se sintió ilusionada.

Carola nunca había creído en la magia y en las cosas que le decía su tía y se reía cada vez que le hablaba de esos temas. A su tía le gustaban las bolas de cristal y el tarot. Siempre iba a ver brujas que le leían el futuro en las manos, en el fondo del café o en una bola de cristal. Pero esta vez, por lo menos una partecita de Carola, confió en su tía y en la magia; segura de que era la única alternativa que tenía.

Faltaban veinte días para su cumple; justo a tiempo, pensó. Leyó el libro entero en dos horas y luego buscó las instrucciones y las observó una por una. En una parte decía que si el deseo tenía que ver con una persona, tenía que llevar fotos de ésta a la entrevista. Entonces cargó su pendrive con todas las fotos en las que aparecía Martín.

Pasaron los días y Carola aguardó ansiosa. Hasta que finalmente llegó el catorce de agosto, día de su cumple. Como había quedado con su tía, por la tarde ésta pasó a buscarla por la casa. Después de decirle “Feliz cumple”, emocionada, le preguntó qué deseo pediría. Pero Carola prefirió guardarselo, pues no tenía ganas de hablar del tema, y además sabía que la tía lo iba a justificar a Martín. De todos modos Carola decidió ponerse el reloj con dibujitos de cubos que le había regalado su tía en otro cumple y que nunca usaba porque le parecía muy infantil. Se lo puso para comunicarle a su tía, e incluso a ella misma, que confiaba en sus regalos y que creía en el lugar al que la llevaría. Dispuesta a creer en la magia y la superstición, se dijo que ese día el reloj sería su amuleto de la suerte. Tomó el pendrive con las fotos y se marcharon.

Al llegar al lugar se encontraron con una anciana de pelo blanco y largo. La tía se quedó afuera y Carola entró sola. La anciana le hizo varias preguntas sobre su deseo, le preguntó qué había sucedido con Martín y miró las fotos del pendrive. Luego le deseó un feliz cumpleaños y le dijo que en unos minutos se le cumpliría lo pedido.

La anciana bruja mezcló unos fluidos de colores y masajeó su bola de cristal violeta. Luego movió un reloj colgante en frente de los ojos de la cumplañera hasta hipnotizarla. Por último mojó sus manos en la posión que había preparado y las pasó por la cara de Carola mientras repetía unas palabras en un idioma incomprensible. Mientras tanto Carola permanecía totalmente inconsciente.




Unos minutos después se despertó de repente y se dio cuenta de que se había quedado dormida en el parque. Miró su reloj para fijarse la hora y se extrañó al ver que llevaba puesto el reloj con estampa de cubos que nunca usaba. Qué raro, pensó. Siempre le había parecido muy infantil ese reloj y no recordaba habérselo puesto aquella mañana. El reloj ya marcaba las siete de la tarde. Entonces se apuró para regresar pronto a su casa ya que tenía que preparar su bolso para ir al cumple de Abril y luego ir a dormir a lo de su mejor amigo Martín.


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Los  cinco objetos son: un pañuelo verde, una historieta, el cuento "La chica del cumpleaños", un cubo rubik (estampado en un reloj) y un pendrive con videos de cuando era chiquita.

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