Escritura a partir de un objeto 2


Otro lugar

Cerré los ojos con fuerza y respiré hondo. Subí el volumen de la música desde mis auriculares y me metí un chicle en la boca. Empecé a mascar y el avión lentamente empezó a andar por la pista. Abrí los ojos y tomé a mí cubo rubik con la mano izquierda. Con la mano derecha temblándome un poco, empecé a girar las partes del cubo. Estaba por terminar la cara blanca cuando el avión de golpe tomó velocidad. Hice una sonrisa nerviosa y empecé a mover mi mano derecha con mayor velocidad.

Instantes después, el avión despegó y aparté el cubo por un ratito porque sino me marearía. Intenté focalizarme en la música y en el paisaje que me mostraba la pequeña ventana a mi derecha. Mi cuerpo estaba tensionado, sentía un nudo en el estómago, mi fuerza por contener la ansiedad me generaba una tensión enorme.

Cuando el avión dejó de ascender, primero con la música de la película de Amelie y luego con la de  Medianoche en París en mis oídos, volví a tomar con mis manos al cubo. Me soné los dedos y retomé en donde había dejado. Lo armaba, lentamente, prestando atención a cada paso y tratando de recordar todas las reglas que hace poco había aprendido, y mientras en mi cabeza resonaban las palabras de mi psicóloga “Llevá a tu mente a otro lugar”.

En las arduas dos horas de viaje repetí interminablemente esa frase como si fuera un mantra. Focalizaba mi vista en el cubo y a lo demás lo desenfocaba, lo pasaba a segundo plano, o directamente lo borraba de mi mente, hacía como si no existiera. Llevaba mi cabeza a un lugar en el medio de la nada en el que solo estábamos el cubo y yo. A medida que lo armaba, lo volvía a desarmar para volverlo a armar una y otra vez. De a poco me daba sueño, se me entrecerraban los ojos, se me cansaba la vista de tanto ver lo mismo y no pensar en nada más; entonces me alegraba porque mi esfuerzo estaba dando fruto.

Estaba armando el cubo por vigésima vez cuando se me taparon los oídos. Sonreí, eso significaba que el avión ya estaba descendiendo.

Cuarenta minutos después ya estaba bajando del avión y suspirando de alivio. De repente mis tensiones en el estómago cedieron e incluso con una mochila de quince kilos colgada en la espalda, sentí una gran liviandad en mi cuerpo.

En esa ocasión fue un cubo rubik, pero podría haber sido cualquier otra cosa. Porque los que me llevan a otro lugar no son los objetos, es mi cabeza.

Esa vez me alegré con mi mente, la quise abrazar, me quise abrazar. De a poco, pensé. No hay ningún apuro, son los pequeños pasos los que me hacen avanzar.

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