El lavado
Primera comida
Al darse cuenta que había pocos platos para lavar, la
esponja espumeó en forma de satisfacción. Pasa que si bien no está tan vieja y
suele trabajar muy bien, cuando hay mucha vajilla que lavar, se pone un poco perezosa
y no quiere hacer su deber. Por lo que cuando hay poco que hacer, se alegra.
Se dejó agarrar por unas delgadas manos y luego de llenarse
de combustible, la esponja acarició con su panza amarilla a un vaso por su
superficie; tanto por dentro como por fuera. Acto seguido, reposó en el mármol mientras
el vaso se bañaba para quitarse el jabón de su cuerpo.
Siguió con el resto de los vasos y tazas y luego con los
platos, siempre siguiendo el mismo proceso: enjuagar y luego reposar mientras
las cosas se mojaban para quitarse la espuma. Para algunos platos tuvo que usar
su espalda, pues tenían queso pegado. Si bien no hizo ningún ademán de enojo, fue
bastante obvio que un poco le enfadó tener que hacerlo, ya que cuando la chica
alta quiso deslizarla por los platos, la esponja opuso bastante resistencia,
por lo que tuvo que ser pasada bastantes veces hasta que el queso desapareciera
completamente.
Lo último que la esponja acarició con su cuerpo fueron los
cubiertos, y luego se dejó duchar para quitarse la suciedad, escurrirse y
finalmente, ya limpita, reposó al lado de la pileta para aprovechar los rayos
de sol que entraban por la ventana para secarse y descansar. Observó a la
humana pasar el trapo por el mármol y retirarse y luego se durmió hasta la
siguiente jornada.
Segunda comida
Cuando reparó en que ellas habían terminado de comer y se acercarían
en cualquier momento, el detergente se acomodó en su lugar al lado de la pileta y esperó entusiasmado.
Resulta que aquella iba a ser la segunda vez que trabajaba y todavía estaba con
el fervor de las primeras veces.
Sin poder medir sus impulsos debido a su creciente
entusiasmo, dejó caer demasiada cantidad de fluído corporal en la esponja. Luego observó a
la esponja trabajar. Cada tanto, el detergente notaba que ya escaseaba la
espuma en la esponja y pocos momentos después la chica aprovisionaba a la
esponja de detergente, y éste último tiraba unas pequeñas burbujas en forma de ronroneo.
Se alegró de que mientras tanto, otra
señora fuera llevando más paltos, fuentes y cacerolas para ser lavados. Había un montón de cosas, no se podía quejar,
la segunda jornada laboral del detergente fue mejor de lo que hubiera podido imaginar.
Casi como si la joven
que manejaba al detergente hubiera escuchado sus gritos de alegría y
buen humor, puso una banda, Rex Orange, y se puso a cantar y bailar mientras sus
manos se sumergían en el agua espumosa repleta de vajilla sucia. El detergente presenció
todo el proceso con satisfacción durante media hora, hasta que finalmente la chica
le indicó con gestos que había terminado su labor y que le tocaba dormir hasta
el día siguiente. Ella limpió el mármol con un divertido baile y luego se
retiró. Sin embargo, el detergente tardó un rato largo en dormirse, ya que seguía
extasiado.
Tercera comida
La muchacha encorvó su larga espalda para acercarse a la
altura de la pileta y le puso detergente a la esponja. Sus manos abrieron al agua y la esponja fue
mojada en ésta. Mientras empezó a enjabonar los vasos, el agua se molestó
porque no fue cerrada y la estaban desperdiciando. De hecho, a lo largo del lavado,
solo fue cerrada dos veces y muy poco tiempo, por lo que su enojo aumentaba cada
vez más. Se sintió la Garganta Del Diablo, pero era una garganta sin voz: no tenía
como gritarle a la humana que debía cerrarla.
Como forma de demostrarle su enojo, hizo algo que sabía que
le molestaría a la chica. Cuando ésta quería regular el agua para que quedara
tibia, el agua se ponía caliente hasta quemarle las manos. Luego la joven abría
un poco más el lado frio, y el agua se tornaba congelada.
El castigo de la canilla azul y roja hacia la huma
despilfarradora era no dejar ver sus
violetas, sus puntos medios; porque sabía que era algo que a ella la ponía muy
nerviosa.
Se lo merece, pensó. El mundo se está quedando sin agua
dulce, mientras tanto en la Villa 31 no tienen agua ni para beber, y ella: la
tira como si nada. Pensó que era una privilegiada y no se merecía el honor de
su presencia.
Por fin la vio cerrarla y limpiar el mármol con el trapo. Luego,
por suerte se retiró.
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