Cuento propio: "Un amor fugaz"


Un día me enamoré. Pero fue un amor fugaz, demasiado fugaz. Fue por mi trabajo que la conocí y que también la perdí. Si mi trabajo no fuera tan duro y me permitiera realizar ocasionales excepciones, probablemente hoy seguiríamos juntos. Pero bueno, uno hace lo que puede para mantenerse, para aguantar el día a día. Son sólo pocos los que tienen la suerte de trabajar de cosas que dan mucho dinero sin dedicarse ni comprometerse al máximo. De todos modos, esto no es una queja, yo siempre le agradecí a Dios por haber tenido un trabajo que me mantuviera y anhelo que en algún momento me perdone por haberla dejado.

Lo que contaré a continuación es cómo fue que transcurrió mi fugaz historia de amor. Era un martes por la tarde y me puse el uniforme negro para ir a trabajar. Desperté a Centurión que se había quedado dormido cerca de la estufa, le enganché la correa y luego me coloqué los guantes y el sombrero. Cuando salimos, el antiguo reloj de la cocina marcaba las catorce horas. Nos subimos al auto, anduvimos unos cuarenta minutos y unas cuantas cuadras antes de llegar estacioné y nos pusimos a andar a pie. Aproveché para que Centurión, mi hermoso y feroz perro negro, hiciera sus necesidades y tomara el aire antes de entrar. Yo me fumé un cigarro y cuando ya estábamos a una cuadra le pedí que se comportara, que recordara ser discreto y le prometí que si hacia bien su trabajo, luego tendría recompensa, como siempre.

Una vez llegados supe que sería una jornada sencilla. Sonreí y acaricié a Centurión dándole ánimos. El barrio estaba silencioso tal como me había anunciado mi jefe, era la hora de la siesta y por las calles solo se oía el sonido de las copas de los árboles que dejaban mover sus hojas al son del agradable viento otoñal. Frente a nosotros se erigían unas rejas de aproximadamente un metro de altura que bordeaban a un pequeño jardín. Mi altura me impedía saltarlas así que me trepé a Centurión y di un salto, luego pasó él. Una vez allí, una ventana semi abierta con unas cortinas naranjas que se movían al ritmo del viento, nos invitó a pasar a un interior y así fue como lo hicimos, devuelta me ayudé de Centurión para treparme.

Al entrar entendimos que nos hallábamos en el living de la casa y lo caminamos sigilosamente para tantear la zona y verificar que todo estuviera en orden. Luego de una breve recorrida por el living fuimos al baño, a la cocina, y finalmente quedaba el dormitorio. Crucé una mirada cómplice con Centurión, suspiré, saqué la navaja del bolsillo y con un golpe violento abrí la puerta, listo para hacer mi trabajo. Apenas entrado a la habitación iba a atacar a la víctima, pero repentinamente mi cuerpo se frenó al ver a la mujer que allí se encontraba. Lo que vi aquella tarde es algo imposible de explicar con palabras. Aquella mujer era la belleza en su máxima expresión, era lo mas lindo que mis ojos habían apreciado alguna vez en la vida. La miré con devoción y me emocioné. Era una joven de probablemente treinta y pico de años que yacía en su cama con un extremadamente sensual corset rojo.

Contrariamente a lo que suponía, ella no estaba durmiendo la siesta, es como si me hubiese estado esperando allí en esa posición provocativa por horas, pues cuando llegamos no se sorprendió en lo más mínimo. Unos instantes después reaccioné y amenazante, le pregunté qué estaba haciendo así, que por qué no dormía. Me respondió que ya sabía que la matarían a causa de los fraudulentos negocios de su esposo, hace rato que esperaba aquella muerte y no se esforzaría por evitarla, pues de nada serviría oponer resistencia alguna. Luego confesó que, ya que iba a pasar lo inevitable, por lo menos quería estar linda en sus últimos momentos de existencia. Unos instantes después sus ojos se enrojecieron y se largó a llorar. Su mirada se llenó de una tierna vulnerabilidad que cautivó a la mía aún más. En medio del llanto admitió que ya nada tenía sentido, se sacó el corset y dijo “Ya está, acaben conmigo. Desnuda será más fácil y más rápido”.

Cada vez era más fuerte lo que sentía y de repente supe que estaba enamorado, entendí que había encontrado al amor de mi vida. Nunca antes había estado tan cerca a una mujer bella, sensual, buena y vulnerable al mismo tiempo. Nunca nadie se había entregado a mí como ella lo hacía. Era la primera vez que una mujer se desnudaba frente a mí. Me sentí deseado. Pensé que por fin el enano feo podría tener una amante. Quise besarla, quise tocar sus senos, su cadera, quise abrazarla bien fuerte.


Pero no pude. Rápidamente reaccioné y sin pensarlo dos veces tuve que hacerle la seña a Centurión, realmente no tenía opción. La mordió tan fuerte como pudo, una y otra vez. Fue tan rápido todo que ni me dio tiempo de arrepentirme.

La mujer más bella del mundo, el amor de mi vida, estaba muriéndose en frente mío. Le di el último golpe para que perdiera la conciencia del todo y dejara de sufrir y luego la dejé caer entre mis brazos. Me saqué los guantes y sentí su piel sobre la mía. Primero la acaricie suavemente, luego mis labios besaron los suyos y finalmente los poros de mi nariz se agrandaron para absorber el conmovedor olor a sangre que irradiaba su cuello. Me bajé el pantalón y quise penetrarla de una forma excitante. Pero entonces Centurión ladró. Lo intenté callar, solo quería unos instantes más. Pero el maldito siguió ladrando. Probablemente él intuía que estaba sucediendo algo raro, me quería recordar que aquello era sólo trabajo y que si no quería problemas debía marcharme. Centurión siempre fue muy comprensivo conmigo, pero esta vez no quiso escuchar a mi corazón y sus estridentes ladridos me obligaron a marcharme. Me vi reflejado en el espejo del dormitorio y un ataque de odio salió de mí en forma de una piña. Luego me marché, dejando a los restos del espejo que habían reflejado a mi persona junto a los restos de mi amada.

Una semana después aparecieron un par de policías en la puerta de mi casa diciéndome que habían encontrado mis huellas dactilares en la casa de una joven que había sido asesinada. Me pareció justo que me mandaran a prisión, sería mi castigo por hacer que Centurión matara a la mujer más hermoso y perfecto que había visto, y también por huir tan rápido sin siquiera poder penetrarla, sentir mi cuerpo entrando al suyo y estar adentro del paraíso por lo menos por un instante. Fue la única vez que tuve la posibilidad de vivenciar en carne propia el placer puro y la perdí, la dejé ir.

Lo único que conservé de ella fue un pequeño pedazo de corset manchado con unas gotas de sangre que corté con la navaja antes de retirarme. Aquel sería mi recuerdo y mi único lazo material con mi amada. Pero resulta que un día mis compañeros de celda me encontraron oliéndolo antes de irme a dormir y me preguntaron qué era. Les conteste y me empezaron a pegar, a decir que era un loco, un necrófilo, un violador, un enano de mierda; se pusieron como locos y armaron un alboroto sin sentido que hizo que vinieran varios guardias de seguridad a ponerles orden. Finalmente, estos infelices lograron arrebatarme, mientras dormía, lo único que conservaba de ella y lo quemaron. Fue lo más horrible que me podrían haber hecho, aquellos locos jamás entenderían lo que ese pedazo de tela significaba para mí, jamás entenderían que era lo único que mantenía viva mi relación con ella. Para ellos soy un enigma, soy como un jeroglífico indescifrable, nunca me comprenderían, estas bestias son incapaces de entender qué es el amor. Hoy en día lo único que me queda es esperar hasta que Dios me perdone y me deje salir de prisión para ir al cementerio y encontrarme nuevamente con el amor de mi vida.





Comments

Popular Posts