Mi autobiografía
Mis formas de habitar
Lo que contaré a
continuación es la historia de mi vida como una lucha constante entre mi parte tímida,
callada, vergonzosa, quedada y miedosa; y mi parte ansiosa, que siempre quiere
hacer todo, preguntar muchas cosas al mismo tiempo y aprovechar el tiempo al
máximo sin desperdiciar ni un segundo. Se genera una dicotomía en la cual hay
una tensión constante, y en el medio me hallo yo tratando de encontrar mi lugar
para habitar, en el que me sienta cómoda, querida y en el que sea vista y escuchada.
Claro está que lo que
aquí cuente será solo una parte de mí. Elegí una porción mía que me pareció
interesante para analizar en esta ocasión. Si bien todo lo que diga me pasó de
verdad; no deja de ser parte de una historia con un personaje inventado para
esta autobiografía, que no es más que una de las miles lecturas que podría
hacer sobre mi persona.
Siempre fui una
persona bastante tímida y vergonzosa. Esto se manifestó en mayor medida en mi
infancia, ya que con el tiempo aprendí a soltarme más a pesar de mis miedos.
Algo que me inhibe mucho es la mirada de los demás, la cual juzga todos mis
movimientos, cada una de mis jugadas, sin dejarme actuar naturalmente. A donde
sea que vaya, haga lo que hago, siempre va a haber una mirada ajena criticándome,
mirando lo que hago mal, no dejándome estar tranquila en ningún lugar. Demás está
decir que esa mirada no es más que mi propia mirada limitándome.
Además de ser tímida,
siempre fui impaciente. Una de las frases preferidas de mis padres en mi
infancia era la de “Florencia tené paciencia”. Aquella rima la repetían como si
fuera un cantito que salía inagotablemente de sus bocas. Siempre quería saber
el porqué de absolutamente todo y las preguntas salían de mi sin siquiera parar
para tomar aliento y dar tiempo al otro a que me respondiera. Por otra parte,
no podía evitar interrumpir todas las conversaciones, pues si tenía ganas de
decir algo, no quería que me hicieran esperar a que el otro terminara de hablar
y permanecer en aquel lugar de silencio, yo quería saber en ese exacto momento,
no había tiempo que perder.
En la primaria solía
ser muy peleadora y no tenía muchos amigos. El peor grado fue cuarto. Ese año
fui víctima de todas las jodas y travesuras que se le podían ocurrir a los
chicos de mi clase. Quienes decían ser mis amigos, terminaban sumándose a
molestarme y yo siempre terminaba quedando desamparada, sola y llorando;
llorando mucho. Mi forma de atravesar esa época, de figurar, de estar presente;
fue peleándome. Después de todo podría decirse que a través de la pelea era
parte, para pelearme tengo que estar, me tienen que ver.
Por esta situación,
mis papás decidieron mandarme a una psicoanalista. Al principio las sesiones
consistían enteramente en jugar. Uno de los juegos que me quedaron grabados es
el de unas muñecas de papel que hicimos en una sesión. El juego se prolongó
unos meses, cada vez jugábamos un ratito a eso y después hacíamos otras cosas.
Las dos muñecas eran amigas y yo todo el tiempo hacía que se pelearan. Cuando
mi psicóloga me proponía que se dejaran de pelear, yo le respondía que el juego
perdería la gracia. La gracia, lo
divertido, lo entretenido; era la pelea. Finalmente, un día yo acepté que se
amigaran. No es casualidad que ese momento haya coincidido con el tiempo en el
que empezaban a desaparecer los enfrentamientos en la escuela.
En 2013 hice el curso
de ingreso al Pellegrini. Ese fue el año de trance hacia un nuevo estilo de
vida educativa. Ahora la cosa se venía en serio y me tenía que poner las pilas;
iba a tener que dedicarle mucho más tiempo al estudio. Mi excusa para la
desmedida autoexigencia que empecé a tener fue que si estudiaba en el año,
tendría todas las vacaciones libres. Claro que era verdad eso, pero no
justificaba la presión que me ejercía, lo obsesiva que me ponía con el estudio,
el nivel de nervios que tenía para todos los exámenes. Mi autoexigencia me
decía que hiciera lo que hiciera, siempre era poco, tenía que esforzarme más,
ser mejor.
En muchos aspectos, más
allá del estudio, me comparaba con los demás y no podía ceder ante la exigencia
de siempre tener que ser más, mejor; y por lo tanto al no poder llegar al
imposible ideal que me imponía, terminaba desvalorizándome, sintiéndome
inferior, una estúpida. Así que, ya que era estúpida en muchos ámbitos, por lo
menos tenía que ser buena en algo, y encontré la respuesta en el estudio. Aquella
se convirtió en mi forma de resaltar, de hacerme ver; en esos años tome el
lugar de la estudiosa que siempre le iba bien.
En tercer año empezaron
a surgirme todas las dudas existenciales, las innumerables preguntas sin
respuesta. Todo lo que hasta ese entonces tenía super naturalizado, me empezó a
sorprender. Me empecé a maravillar por cada cosa que veía, todo era una
novedad. Los elementos de mi cotidianeidad se convertían en excentricidades
nunca antes vistas. Fue entonces que me hice de la fotografía para manifestar
todo ese terremoto de sensaciones y pensamientos nuevos que empezaban a
surgirme. La fotografía se convirtió en mi ventana al mundo, mi forma de ver con
otros ojos. Aquella pasó a ser mi forma de afrontar la existencia y habitar un
mundo infinito e incomprensible.
En 2018 me egresé de
la secundaria y al año siguiente comencé el ciclo básico para estudiar ciencias
de la comunicación en la UBA. Fue un año lleno de cambios e incertidumbres. Se
me plantearon nuevamente un montón de preguntas sobre la existencia, sobre el
porqué de las cosas, pero esta vez con una connotación más negativa. Me empecé
a preguntar por qué hacíamos todo lo que hacíamos, para qué estudiábamos, cuál
era el sentido de todo. Esa indagación me generó mucha angustia y toda la
primera parte del año estuve con mucha ansiedad y hasta claustrofobia en
distintas ocasiones. Viajar en subte, la actividad más cotidiana y repetida de
mi rutina, se volvió en contra mío. Me daba ansiedad estar encerrada en un vagón
bajo tierra, no podía soportar ese lugar. Y con “ese lugar” no me refiero al
subte, me refiero al de la incertidumbre sobre la existencia, en el cual el
subte era un mero objeto de representación de toda mi angustia.
La segunda mitad del
año transcurrió con mucha más tranquilidad y paz interior y el 2020 comenzó a
puras vacaciones. Aunque ahora, me encuentro nuevamente encerrada; esta vez por
una inesperada pandemia. Pero en este momento mi mente está libre, anda volando
entre los recuerdos de mi infancia, juntando información y recuerdos para
escribir mi autobiografía.
Como dije al
principio, estoy en el medio de una constante tensión entre mi lado tímido,
miedoso, vergonzoso; y mi lado ansioso, que siempre quiere hacer de todo y hace
muchas preguntas al mismo tiempo. Ahora mi cuerpo está encerrado pero mi mente
está libre y ese es un avance; hoy mis miedos están un poquito más atenuados
que ayer. Aunque el mundo esté parado, mi mente sigue en movimiento. A veces
avanza y otras veces retrocede un poco; pero lo importante: nunca se detiene. Siempre
está en la infinita búsqueda de aquellos lugares para habitar en los que me
sienta cómoda, querida, vista y escuchada; aquellos espacios que invento y
reinvento constantemente. Aquellos lugares que están en mi mente, porque después
de todo es cada cabeza la que se inventa su propia historia con su propio
personaje y luego elige que lugar le da a ese personaje en la realidad.
Hola Flor! Yo ya había elegido a quien comentar el blog, pero leí esta autobiografía y no podía no comentarla. Admiro la valentía que tuviste para escribir tus sentimientos más profundos y compartirlos con nosotres, eso es algo que muchos no se animarían, y en esto me incluyo.
ReplyDeleteEspero que tu mente pueda seguir libre y que sigas creando cosas tan buenas como estas.
Saludos, Marlene.
Gracias Marlene, re lindo lo que decís. Es verdad que a veces da un poco de miedo, pero yo en este texto traté de entregarme lo más que pude. Creo que a medida que vamos agarrando confianza con la escritura y con nosotros mismos, se va voliendo más sencilla esa tarea.
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